jueves, 7 de mayo de 2015

Una estética glacial: aproximación a la fotografía contemporánea de Rodrigo Etem






“...Tiempo atrás, el cuerpo fue metáfora del alma, después fue la metáfora del sexo, hoy ya no es la metáfora de nada, es el lugar de la metástasis, del encadenamiento maquinal de todos sus procesos, de una programación al infinito sin organización simbólica, sin objetivo trascendente, en la pura promiscuidad por sí misma que también es la de las redes y los circuitos integrados.”
Jean Baudrillard


Cuando observamos los retratos fotografiados denominados “SER COSA” de la serie 2010 del artista Rodrigo Etem lo primero que se me ocurre, por un lado, es el enfoque tanto conceptual como instrumental que el artista utiliza para desestabilizar la lógica de la realidad, generando fisuras en la razón, la cual se encuentra dada por la manera de percibir los objetos que -aunque habituales y cotidianos- se localizan reorganizados composicionalmente de manera distinta; dichos objetos mentalmente nos dan un aura familiar al mismo tiempo  que su distribución provoca un cortocircuito.

Y por otro lado para su análisis, se me ocurre aplicar una suerte de método histórico denominado “prosopografía”[1] (que estudia a la biografía de las personas en tanto miembros de un colectivo social) en la medida en que los personajes de esta serie suscitan problemáticas actuales inmediatas.

Desde esta perspectiva, esta serie de retratos que a primera vista se nos presentan como de seres extraterrestres, una vez que nos compenetramos con las imágenes nos resultan más familiares de lo que aparentan, “humanos demasiado humanos” tal vez más humanos de lo que figuran.

Y es que para la dialéctica negativa de Adorno el problema estaba dado en cómo ser humano en un mundo hostil para los humanos,  los personajes de Etem nos resultan tan naturales en la medida de que su presencia está fuera de la pose de los retratos de los reyes del pasado, más bien se asemejan a los obreros, campesinos, gente del pueblo en general, retratados por Gustave Courbet o los realistas[2] de mediados del siglo XIX, estos nuevos realistas son capturados por la cámara en el desarrollo habitual de su diario vivir, en el mundo hostil del desierto o del pantano o de la tempestad.

Dentro de la dinámica del personaje, pareciera que son seres asexuados o mas bien transexuales, no en el sentido anatómico del término, sino en el sentido que Baudrillard le da al transexual como el juego de la indiferencia sexual: 

“Todos somos transexuales. De la misma manera que somos potenciales mutantes biológicos, somos transexuales en potencia. Y ya no se trata de una cuestión biológica. Todos somos simbólicamente transexuales. Cicciolina, por ejemplo. ¿existe una encarnación más maravillosa del sexo, de la inocencia pornográfica del sexo? Ha sido enfrentada a Madona, virgen fruto del aerobic y de una estética glacial, desprovista de cualquier encanto y de cualquier sensualidad, androide musculado del que, precisamente por ello, se ha podido hacer un ídolo de síntesis. Pero ¿acaso Cicciolina no es también transexual? La larga cabellera platino, los senos sospechosamente torneados, las formas ideales de una muñeca hinchable, el erotismo liofilizado de cómic o de ciencia-ficción y, sobre todo, la exageración del discurso sexual…”[3]

En los retratos asexuados de Etem existe igualmente una indeterminación maliciosa en la constitución del humano como ser de goma, instrumento, que forma parte de esa “estética glacial” del mundo moderno, muy parecido a los protagonistas de Baudrillard, quien continúa:

“…el ectoplasma carnal que es Cicciolina coincide aquí con la nitroglicerina artificial de Madona, o con el encanto andrógino y frankesteriano de Michael Jackson. Todos ellos son mutantes, travestis, seres genéticamente barrocos cuyo look erótico oculta la indeterminación genérica. Todos son “gender-benders”, tránsfugas del sexo”[4]

Entonces, continuando con Baudrillard -sí para él- el hombre sentado frente a su televisor con la pantalla vacía en un día de huelga, será la mejor imagen de la antropología del siglo XX, para Etem, la antropología del siglo XXI es la del cavernícola solitario que lleva la televisión sobre sus hombros anexada como gran metáfora de la incorporación de la tecnología ya no solo como accesorio sino como extensión de sus propios órganos, y en este sentido se corresponde con todas las tesis del ser post-humano, tesis que proponen a los accesorios como las gafas, el marcapasos, los zapatos deportivos etc. como extensiones propias del cuerpo ya que nos facilitan ver mas lejos, saltar mas alto, etc. transfigurándonos en seres post-humanos.

Sin embargo, tenemos que tener claro que la fortaleza de estos retratos se encuentra menos en su estética, que en la similitud que ellos poseen con el hombre contemporáneo y su entorno (volcándose en la metáfora del mismo).

Entendido así, la urgencia del hombre actual –en el mundo contemporáneo- por estar siempre en constante avance se ha volcado en la absoluta pérdida de satisfacción ya que en el momento de la gratificación los logros pierden su atractivo en el mismo instante de la obtención de la recompensa, y en este sentido parafraseando a Nietzsche, no se pude -ser hombre- sin ser, o al menos intentar ser -superhombre-.

Continuando con el estudio diríamos que la fusión entre el humano consumidor y el objeto del consumo afirman la ideología propia del individuo cuando deja de ser ciudadano.

Como recordaremos, el nacimiento del “individuo” frente al del ciudadano surge a partir del “proyecto de individualización” que la sociedad moderna bajo la asignación de roles crea, desdibujando la figura de ciudadano y potenciando la figura de socio en un concepto que se re-significa a cada instante, lo que en palabras de Zygmunt Bauman nos diría: “la modernidad reemplaza la heteronomía del sustrato social determinante por la obligatoria y compulsiva autodeterminación. Esto es cierto respecto a la “individualización” durante toda la era moderna”. En tanto, el posicionamiento y la acción colectiva esta dada por los intereses comunes en el “ciudadano”, el cual se desintegra frente a la moderna figura del individuo, el cual a su vez parece que coloniza lo “publico” en favor de lo “privado”.

Entonces, en los retratos de Etem, el personaje solitario “individuo” pretende que se le despoje de todo rastro de colectividad, algo así como el comprador del centro comercial que estando rodeado de una multitud, su contacto con el colectivo es leve y superficial porque no puede distraer su único propósito el de “consumir”, sin embargo, en Etem el consumidor con el objeto de consumo son uno solo, entrando en la fase final del consumismo en donde el objeto mismo nos consume…

Hernán Pacurucu C.
Curador y crítico independiente




[1] Como nos dice Wikipedia: “Para la historia, la prosopografía fue desde la antigüedad una disciplina auxiliar cuyo objetivo era estudiar las biografías de una persona en tanto que miembro de un colectivo social, esto es, la vida pública de una persona. Se trata así de ver una categoría específica de la sociedad, estamento, oficio o rango social, por lo general las élites sociales o políticas.”
[2] Honoré Daumier, Jean-François Millet y Jules Breton, Jean-Louis-Ernest Meissonier, Henri Fantin-Latour, Thomas Couture, o Jean-Léon Gerome.
[3] Baudrillard Jean, La transparencia del mal, p 9, ed. Anagrama, Barcelona, 1990.
[4] Baudrillard Jean, La transparencia del mal, p 10, ed. Anagrama, Barcelona, 1990.


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