sábado, 2 de agosto de 2014

El perpetuo estado de "tensión" en la obra de Michael López Murillo


“La literatura está hecha para que la protesta humana sobreviva al naufragio de los destinos individuales”
Sartre

¿Cómo es posible pensar que la miseria de nuestra vida, y de la vida humana en general, puede constituir una base suficiente para la creación? ¿Cómo cabe pensar que semejante don puede remitirse al vacío de ser, en el que agitamos nuestra naturaleza creada? ¿Cómo podemos pensar la posibilidad de una actividad creativa, cuando, junto a su metafísica imposibilidad, nosotros hemos sido testigos, en el desastre reciente de nuestra revolución, de la incumbencia de la nada?

Toni Negri


Arrancando con el análisis de la obra del artista colombiano Michael López Murillo, creo que es de suma importancia corroborar sobre todo su posicionamiento dentro de la práctica del arte ya que esa carga ideológica es la que nos podrá sumergir en su mundo y así poder navegar en ese mar de propuestas críticas a las que llamamos sus obras.

Para ello como respuesta a la pregunta realizada a Michael: ¿cómo te consideras?, la respuesta seguida y casi instantánea es: “más que un artista plástico, un artista crítico” [1]. Eso nos remite a la posición en la que se ubica este artista frente a su mundo, su posicionamiento crítico frente a una realidad dada nos lleva a entender el trabajo de un artista como un intelectual de la diáspora.

En este sentido, el “intelectual diaspórico” de Homi Bhabha emergería como un intelectual que no está anclado en la disciplina universitaria sino que está comprometido directamente con su espacio, invirtiendo el status del intelectual al ubicarlo fuera de universidad[2], a esto habría que añadir el aporte que da Gramsci cuando se refiere a la posibilidad no solo del intelectual de generar filosofía, sino también le da esa posibilidad al analfabeto, en Gramsci habría un desplazamiento del intelectual orgánico hacia la política de las identidades, a los negros, indígenas, migrantes, gay, etc. Para Gramsci el intelectual orgánico debe trabajar en dos frentes, el primero, el del trabajo teórico intelectual, no solamente tener el conocimiento del intelectual tradicional, sino saber profundamente más que éste, y segundo, este intelectual orgánico no puede absolverse a sí mismo de no transmitir esas ideas aquellos que no pertenezcan profesionalmente a la clase intelectual.

Para Stuart Hall somos intelectuales orgánicos del pesimismo del intelecto, sin ningún referente y sin ninguna batalla que realizar, sin ningún punto de referencia, intelectuales orgánicos con la nostalgia, la voluntad o la esperanza de que en algún momento apareciera la coyuntura necesaria para desde el trabajo intelectual enfrentar una relación de pugnas, como él nos dice: “en realidad estábamos más bien preparados para imaginar, modelar o estimular esa relación en su ausencia: “pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad”.[3] Para Hall la cultura es vista como una práctica política y como tal no pueden anclarse en un determinado momento teórico, es por esto que la concepción de cultura para él es de “mudanza”, no hay un sitio claro en esta situación flotante y nómada.

Esta posibilidad de mudanza es la que le permite a Michael López Murillo indagar sobre diversos temas, diversas técnicas, diversos métodos y diversas disciplinas, las necesarias para no comprometerse con un estilo, una firma de autor, o un ejercicio repetitivo propio del artista moderno, sino más bien relegar la práctica del arte a un contenido y ese contenido viabilizarlo por medio de los requerimientos que esa obra necesita; por ello en López Murillo el concepto le antecede a la destreza.[4]

Entonces –y continuando con este enfoque– el intelectual de la diáspora es un intelectual comprometido, que encuentra su accionar en un campo totalmente disperso, disgregado,  y diseminado que se definiría como un proyecto político, nos viene la pregunta ¿qué pasaría el instante en que trataría de desplegar alguna clase de intervención teórica coherente?, resulta muy difícil por no decir imposible lograr una explicación teórica adecuada de las relaciones culturales y sus efectos, entonces los asuntos teóricos, y los políticos jamás se resuelven, provocando una gran tensión, la cual es la esencia misma de este debate, que no intenta resolver esta tensión sino que pretende vivir en un estado permanente de tensión, como diría Hall: “si uno pierde noción de la tensión, uno puede hacer trabajos intelectuales muy finos, pero perder la práctica intelectual como política.” [5] Riesgo a correr cuando algo se institucionaliza y pierde su fuerza crítica, como lo que sucedió en la historia de las vanguardias artísticas en donde observamos cómo cada una de ellas desde el impresionismo, pasando por el surrealismo, el dada, el land art, el cubismo, el fauvismo, hasta las segundas vanguardias como el pop, neoexpresionismo, conceptualismo, etc., perdieron su fuerza crítica al ser absorbidas por el aparato institucional, así como la industria cultural y el mercado del arte.

Esa forma de vivir en un estado de tensión, en el trabajo de López es el que le permite que su producción no se diluya en el cómodo campo de lo instituido y mantenga su componente crítico. Componente critico que fácilmente lo identificamos en trabajos como:

Redireccionando (2013), La moda no incomoda... deforma (2013), Serie Morfotopías (2011 continua hasta la fecha), Pigmentocracia (2013), Programación neuro-consumista (2013), Instrumentos de tortura (2012), Serie rituales de supervivencia (2013), entre otros tantos.

Retomo nuevamente las palabras de Stuart Hall para insistir sobre la seriedad ética y moral del trabajo del intelectual orgánico, en este caso del artista:

“Vuelvo a la seriedad moral del trabajo intelectual. Vuelvo a la distinción crítica entre trabajo intelectual y trabajo académico: estos se traslapan, se tocan entre sí, se alimentan entre sí: el uno proporciona las herramientas para hacer el otro, pero no son la misma cosa. Regreso a la dificultad de construir una genuina práctica cultural crítica, que está destinada a producir un trabajo orgánico, intelectual y político que no trata de inscribirse a sí mismo en la meta-narrativa de saberes logrados, en competencia, que tiene que ser debatidos en un modo dialógico. Pero también como la práctica que siempre piensa en su intervención en un mundo en el cual logrará alguna diferencia. Finalmente, una práctica que entiende la necesidad por la modestia intelectual. Pienso que allí está toda la diferencia entre el entendimiento de la política del trabajo intelectual y la substitución del trabajo intelectual por la política.” [6]

Entendido así, el trabajo intelectual  no es un estratagema de poder de una élite culturalmente privilegiada y que no se vincula con los problemas terrenales, sino que la función de la teoría dentro del proceso político es por el contrario la que abre un espacio que dinamiza y potencializa  la idea de subvertir y reemplazar implícita en la militancia política.  

Entonces, lejos de pensar que ya todo está concluido, es preciso pensar –tal como lo refiere José Luis Brea que todavía queda mucha tarea por hacer, sobre todo en las prácticas culturales, les es dado la reactivación política de la actividad artística y al artista le toca diseñar dispositivos activistas, modelos de intervención, y máquinas de guerra, que nos permitan rebasar esa apatía, parafraseando a Virilio, diríamos que tendríamos que  sobresaltar al otro, electrocutarlo, desactivarlo, como nos explica, el terrorismo no es sólo un fenómeno político, es también un fenómeno artístico. En las periferias el dialogo es remplazado por la violencia por lo que es el puñetazo el que devuelve a la realidad, cuando se carece de palabras, como la metáfora que nos propone del niño ciego sordo y mudo de los 50tas que está aislado del mundo y que un golpe le devuelve el habla.

Y en este sentido esos modelos críticos de intervención se los ve fácilmente en la obra de López Murillo en obras como: Entretaiment art (2010), 15 minutos de fama (2012) o Basic Colección (2011).

Para terminar y a manera de conclusión diríamos que la máxima responsabilidad a la que incumbe aspirar un artista-intelectual crítico sería la de concebir un universo discursivo que transgreda la propia disciplina para que se inserte dentro de la trama social y desde la cotidianeidad de esos lugares, es decir a partir de la aniquilación de los grandes metarrelatos y la lectura en reversa en el lenguaje de la deconstrucción, intentar edificar propuestas creativas que sirvan a nuestros propósitos. Solo así concebiremos la urgencia de una esencia cuyo propósito esté basado en construir un horizonte de sentido propio y una plataforma plural de discusión en la que todos puedan tomar parte y que esta sea la manera en que nosotros nos constituimos frente a un tipo de arte vinculado con los propósitos desde y para el mercado.


Hernán Pacurucu Cárdenas
Crítico y curador de arte independiente
























[1] Entrevista con el artista julio 2014.
[2] A pesar de que Michael López Murillo es profesor en Puebla, de lo que se trata es de ir más allá del desarrollo académico de su proceso, lo cual no quiere decir que no sea académico, sino que siendo académico su trabajo supera este claustro para introducirse en una realidad.
[3] Jameson Fredric, Sobre los Estudios Culturales, en: Estudios Culturales, Reflexiones sobre el multiculturalismo, Ed. Paidos, Argentina, 1998 pág. 85
[4] En palabras de Michael López Murillo: “Cuando creo una obra no pienso en hacer arte. Trabajo depurando y estructurando conceptos en torno a la temática planteada, formuló analogías inusuales luego busco los materiales (me refiero a cualquier material tangible o intangible) adecuados para plasmarlos. Por ende no soy escultor, pintor, grabador, electrónico, performer, fotógrafo, instalador, videoartista, new media.... No me gustan las etiquetas. Soy un artista que no tiene un estilo, tengo un discurso”
[5]  Hall Stuart, Estudios Culturales y sus legados teóricos pág. 5
[6]  Hall Stuart, Estudios Culturales y sus legados teóricos pág. 6

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