lunes, 18 de noviembre de 2013

El efecto de lo cotidiano (ARMA-2 DEFORMACIÓN ESTADUAL)


Tal como esos dos famosos héroes de la mitología, los hermanos “Dioscuros” Cástor y Pólux hijos de Zeus, los hermanos Mauricio y Víctor Hugo Bravo despliegan una muestra conjunta pero diversa en donde cada proyecto se sostiene en el interior del colectivo; sin embargo y al mismo tiempo cada trabajo elabora dispositivos discursivos aislados cuyo nexo se sitúa en la preocupación por lo cotidiano como motor que dinamiza el engranaje para que toda la muestra funcione y se articule como un todo. 

Por un lado se encuentra el objetivo de unificar “todo” en una suerte de efecto que captura en su envoltura a todo objeto, quitándole su personalidad su razón de ser, oculta su identidad, cuando Víctor Hugo Bravo camufla lo hace pensando en eliminar todo rastro de distinción que posee el objeto, su textura, su color, su materia, incluso su olor.

La manía por camuflarlo todo parece estar vinculada más con el acto de eliminar la huella de distinción que particulariza a todo individuo, -que con la extravagancia del artista- en donde el camuflaje cumple la función estética de desdibujar la personalidad de un solo ser masificándolo todo, volviéndolo todo una masa total, una masa que oculta el afloramiento de individualidades y en este sentido es más que nada la referencia a la sociedad actual que camuflada en convenciones implícitas y acuerdos sociales no deja que aflore el individuo (ser que no se puede dividir) en donde todo acto de particularidad es “camuflado” bajo la sospecha de la rareza, de la locura o de la separación y discriminación como consecuencia de no seguir a la manada.

En este sentido y parafraseando a Deleuze y Guattari diríamos que “en un devenir animal siempre se está ante una manada, una banda, una población, un poblamiento, en resumen, una multiplicidad. Nosotros los brujos, lo sabemos desde siempre, no nos interesan los caracteres, sino los modos de expansión, de propagación, de ocupación, de contagio, de poblamiento. Yo soy legión...el afecto no es un sentimiento personal... es la efectuación de una potencia de manada, que desencadena y hace vacilar el yo...”[1]

Porque si yo soy legión en la manada lo soy en cuanto parto del principio de expansión de masificación que me da el poder absoluto que impone la fuerza y la fuerza, la violencia y la manada en definitiva se sienten en la historia del artista en los oscuros recovecos de su memoria, una memoria impregnada de efectos y demostración de fuerza que produce la fusión del individuo en manada en colectivo, en legión, en un Chile de la dictadura en donde lo cotidiano eran “desfiles militares de 6 horas, disparos en medios de la noche, advertencias de no asomarse a la ventana en el toque de queda.”[2]

Todo ello está presente en el imaginario particular del artista y le reproduce no en cuanto un homenaje; sino más bien como una forma de absorber su  jerarquía (cuando algo se torna cotidiano, pierde su efecto y sobre todo su importancia) tal como lo hacen los punker en cuya estética particular se encuentra la manía por poner cordones rojos a sus botas militares como un acto simbólico de desviar el significado agresivo a favor de la ironía de lo incongruente.
De esta forma en los trabajos de Víctor Hugo Bravo la estética del camuflaje cumple la función de evacuar el sentido agresivo para capturar su fortaleza visual sin perder de vista jamás las atrocidades de del abuso de la fuerza, en una suerte de -refrescar la memoria-.

Por otro lado se encuentra las foto-performances de Mauricio Bravo, cuya reminiscencia al famoso claro-oscuro de los clásicos de la historia de las Bellas Artes se visibiliza irónica, cuando los famosos e imponentes fondos de los clásicos se sustituyen por espacios cotidianos (no lugares) o lugares de la nada y el trabajo del claro-oscuro es sustituido por los neones y la luz de los alógenos, que en el proyecto del artista cumplen la triple función de por un lado desvanecer el rostro para que el retrato retorne al anonimato, por otro lado genera los contrastes necesarios que maximizan la importancia del anónimo como único ser principal en donde literalmente “no pasa nada” y finalmente el alógeno retoma la idea de la luz prefabricada del espacio contemporáneo urbano, cajeros de banco, luces de letreros máquinas, de golosinas y en general todo el paisaje envolvente de una metrópoli nocturna.
En desarrollo de esta propuesta también es de interés, el pedestal en donde se sitúa el personaje principal, que le da un carácter heroico, y le posiciona como única figura principal en un panorama de la ausencia en donde el pedestal funge de escenario para un espectáculo sin público que se sumerge en el vacío heidiggeriano de la “nada”.

Hernán Pacurucu C.

Curador

COPYRIGHT © 2013 HERNAN PACURUCU





[1] Gilles Deleuze y  Félix Guattari. El Anti-Edipo 1972
[2] entrevista con el artista
























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