LAS CIUDADES INVIVIBLES
Es el
título de esta nueva exposición en MAC
Quinta Normal, bajo la curaduría de Hernán Pacurucu, presentando un conjunto de
obras debidas a destacados artistas de Ecuador, inscribibles en el muy actual eje de producción llamado Arte-Ciudad.
El título de la muestra exhibe ya de por si la paradoja contemporánea que dice
del absurdo de haberse invertido la condición de habitar-vivir, origen de la ciudad, vinculada a las necesidades de desarrollo
social de los grupos humanos, lugar de intercambio de ideas y productos, pero también de asistencia y protección mutua. Todo
con la idea de una solidaridad fundamental, proyectada en un sistema político y
organización urbana como garantía de
habitabilidad y ejercicio ciudadano. Tal como señala Calvino en Las
ciudades invisibles, citado en el epígrafe del texto curatorial: …las ciudades son un conjunto de muchas
cosas. Memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque…pero
estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de deseos, de
recuerdos. Sin embargo agregará: …Creo
haber escrito un algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando cada
vez es más difícil vivirlas como ciudades, cuando cada vez estamos acercándonos
más a un momento de crisis y (tal como se cita en el epígrafe) “Las ciudades invisibles” son un sueño que
nace del corazón de las ciudades invivibles.*
La crisis de la
ciudad se exhibe a cada momento en contraposición a su voluntad de conducir
nuestras cotidianidades y deseos hacia lo previsible, la calle y su saturación
impidiendo nuestros traslado y comunicación, su geometría que ya no contiene a
su población, su seguridad y asistencia solidaria insatisfactorias, finalmente
su sometimiento a un poder arbitrario que niega la ciudadanía. Los artistas convocados lo son
a establecer dispositivos artísticos con
relación a su entorno social**, ejerciendo esa autoridad del arte en cuanto
deconstrucción de lo convencional, de lo inapelable, por hacerlo evidente por
develarlo, dejando en nosotros espectadores todas las interrogantes posibles.
El discurso de
su contraposición se desarrolla a través de la obra de diez artistas, Adrián
Washco, Aníbal Alcívar, Damián Sinche, Juan Pablo Ordoñez, Julio Mosquera,
Larissa Marangoni, Sakia Calderón, Olmedo Alvarado, Marcos Sosa, Valeria
Andrade. Entregando cada uno obras difíciles de sub agrupar, por coexistir evidentes lazos entre ellas confirmando el acertado marco curatorial.
Intentaremos al
menos referirnos a algunas de ellas. Historias
septentrionales de Adrián Washco, entrega un video con un relato manifiesto
mínimo, desde un automóvil se graba un video del viaje de emigrantes
ecuatorianos iniciado en la frontera de ingreso a Estados Unidos de N.A., donde
se adquirió la video grabadora y hasta su lugar de destino. Bordes de
autopista, estaciones de peaje, iluminaciones nocturna suceden con un inicio
sin audio, pero este aparece luego incrementando su volumen y dejando oír Cucurrucú paloma interpretada por
Caetano Veloso. Haciendóse progresivamente angustiante la progresiva lejanía
del lugar de esa habla, de su familiaridad con lo nombrado, hasta su contraste
máximo con ese aviso de carretera que anuncia Niagara Falls.
El trabajo de
Julio Mosquera, consiste en un dibujo a gran escala que ocupa un completo muro
de la sala destinada solo a esa obra. Su confección con carbón de sauce señala
su transitoriedad, condición efímera que contradice el enorme esfuerzo
desplegado. La ocupación total del muro nos traslada al espacio urbano con sus
grafitis y su ineludible deseo de sustitución o transparencia del muro, o su
alternancia con tags, esos reclamos
contra los códigos urbanos y anonimato
que nos hace desaparecer como personas.
Pero también, el arrebujamiento de
sus pliegues y repliegues, de su insuficiencia espacial para contener lo
deseado.
Larissa
Marangoni, su instalación de dos videos de proyección simultánea Y…cuando pase el temblor, que registran
el correr por un camino pavimentado, pregunta por las huellas guardadas y su
suma por superposición a otras tantas, en la imposibilidad ya de un posible
reconocimiento como lugar, de los
espacios ya de nadie porque de muchos, pero en los que justamente su desgaste acusa esas existencias perdidas.
Saskia Calderón,
parece sumarse a la indagación de Marangoni en su instalación sonora de ruidos
urbanos. ¿Dónde nuestras voces? Extraviadas en ese tejido de superposiciones que
nos permite muy brevemente distinguir alguna para ser testigos de su
desaparición, en esa atmosfera que nos
acompaña como murmullo del salvajismo artificial toda la jornada.
Olmedo Alvarado,
acá nuevamente la búsqueda de la huella perdida, monocopias en papel blanco,
¿mortajas?, recogen por medio de la presión
del tránsito vehicular, los rostros de los infinitos posibles
habitantes.
Marcos Sosa, su Interferencia Urbana, es un trabajo de
especial interés no solo desde la mirada del arte, sino también desde la
arquitectura y el urbanismo, analiza la ciudad desde una metodología científica,
valiéndose de la teoría de interferencias lumínicas de Thomas Young. Sin duda
una metáfora aludiendo a nuestra incapacidad de comprensión de la ciudad desde
nuestros métodos actualmente en
disposición.
Valeria Andrade
con los video-registro de sus performances, desafíos en la vía pública a riesgo
de su propia seguridad, reitera en cada uno de ellos su pregunta por los
límites de soportabilidad de su propio cuerpo y el de la ciudad para con este.
Tanto las obras
que señalamos, como todo el resto los trabajos, se instalan en la muy
problemática situación de la crisis de la ciudad, donde se pierde
progresivamente el acuerdo de vivir juntos, creándose la contradicción que
componen esos sustitutos urbanos que llamamos condominios, elementos de
segregación y fragmentación de las sociedades. Quedando el resto de los
habitantes sometidos a una estructura, que se contrapone a nuevas condiciones
culturales y por tanto no corresponde ya a sus sueños, esto es de imaginar
ciudades como esas invisibles de los sueños relatados por Marco Polo.
Sin duda una
exposición que vale la pena ver.
fb
julio, 2012.
*Calvino, Italo:
Las ciudades invisibles, prefacio.
**Pacurucu,
Hernán: Las ciudades invivibles, catálogo.
A continuación la transcripción del texto de José Luis Corazón Ardura publicado en el Diario El Telégrafo publicado el día Lunes, 03 de mayo de 2013.
Enlace:http://www.telegrafo.com.ec/cultura/carton-piedra/item/la-presencia-de-lo-inhospito-en-un-arte.html
La presencia de lo inhóspito en un arte civilizado
El impulso del arte actual desde el Museo de Pumapungo es una realidad que lleva a pensar en la responsabilidad que tienen los espacios públicos a la hora de ofrecer una programación de arte contemporáneo necesaria. En esa dirección, estamos en la última parada de la muestra itinerante tituladaLas ciudades invivibles, un proyecto de Hernán Pacurucu que supone una doble lectura de un tema pertinente que acucia por su actualidad. Por un lado, saber cuál es el lugar que ocupa el arte en el seno de la sociedad. En segundo lugar, mostrar la reflexión llevada a cabo por una precisa selección de artistas ecuatorianos desde un paradigma crítico. Si Italo Calvino jugaba con la imaginación utópica, partiendo de una construcción ideal o personal de la ciudad como un lugar de la intimidad, en el caso de esta exposición podemos encontrar una serie de dispositivos que muestran el lado menos amable de lo urbano, cuando precisamente es el arte un espacio para crear espacios habitables y críticos.
Si la reflexión sobre la arquitectura social ha conducido a que en buena parte las ciudades de hoy sean mejorables, la aportación de este proyecto supone también que seamos conscientes de lo que queda por hacer. No queremos decir que se den soluciones desde el arte para que podamos arreglar el caos urbanístico, los problemas de convivencia, el tiempo pasado en los atascos, la inseguridad o la imposibilidad de encontrar soluciones colectivas a problemas que como ciudadanos podemos padecer en mayor o menor medida. Se trataría de ofrecer una lectura cuyo eje principal sea encontrar cuál es el espacio que le corresponde a las artes en el seno de la ciudad. ¿Qué es lo que podemos considerar invivible en nuestras urbes? ¿Qué pueden aportar ciertas disciplinas artísticas en el modo de comprender lo que nos queda cuando se construyen las ciudades actuales?
Probablemente, las diferencias entre el campo y la ciudad desde la modernidad hayan también servido para saber cuáles son las diferencias entre la cultura y la civilización. Si el campo aparentemente constituye el sustrato desde donde aprendemos a conocernos a nosotros mismos, quizá sea la ciudad, entendida como el escenario de la civilización, el espacio donde aprendemos a convivir con y contra los otros.
Las ciudades invivibles es una exposición itinerante que ha sido expuesta no solo en Guayaquil y Cuenca, sino en Chile o Brasil, en espacios museísticos que muestran la importancia que puede recobrar un arte ecuatoriano actual a la hora de ser también una manera de aportar una cierta deriva crítica apropiada a la situación que podemos encontrar partiendo de la ironía. Así, la participación de Adrián Washco nos enseña el camino de ida y vuelta que pueden sufrir aquellos que deciden emigrar por distintas razones, al tratar de encontrar una vida mejor a través de la distancia que se puede encontrar en el propio viaje hacia ninguna parte. Una vez en la ciudad, Damián Sinchi ofrece una lectura irónica de la problemática sufrida al pasar de ciudadanos a consumidores, en una lógica capitalista dominada por los estereotipos sociales y la forma de ser bien considerados, partiendo de la asunción ciega a los dictados de la moda. En el caso de Aníbal Alcívar, encontramos cómo el uso del cuerpo, con relación al arte público, puede ser un espacio de resistencia ante el sueño. Esta imposibilidad para encontrar un espacio consciente para el arte tiene también una simbología particular. Es el caso de Diego Muñoz al ofrecer ciertas alternativas a una pintura que dé un nuevo paso más allá de lo previsto como disciplina actual del arte.
A través de otras operaciones metafóricas, el trabajo reconocido de Juan Pablo Ordóñez sobre la diferencia entre el valor y el precio de la moneda, esta vez se ofrece desde su impulso inicial, mostrando una reflexión no solo sobre la economía, sino con relación a la representación y la copia, donde el valor original del dinero está influido por baremos externos al gasto como motor social. En esa relación entre la multiplicación y la forma de aparecer, los dibujos de Julio Mosquera constituyen una representación imaginaria de ciertos habitantes que hacen la experiencia de la alteridad propia de las ciudades.
Es importante subrayar la variedad de formatos que encontramos en esta exposición. Si la presencia de acciones en el seno de la urbe está relacionada con un factor de riesgo, en el trabajo de resistencia habita un cierto peligro, como el mostrado desde las prácticas suicidas de Valeria Andrade. En el caso del paso dado por Larissa Marangoni aparece también esa necesidad nietzscheana de pensar durante el paseo, desde las huellas a punto de ser borradas. Esa pisada es una metáfora que nos transporta hacia el espacio de marginalidad donde no debe caer la presencia del arte en las ciudades. Olmedo Alvarado ofrece una relectura crítica de la supervivencia a la que nos vemos abocados como ciudadanos en trance, mientras Saskia Calderón nos hace ser conscientes de la presencia del ruido como efecto contaminante y devastador.
Si la polución, el desarrollo negativo del urbanismo o la falta de encuentro de lugares habitables son el eje del trabajo arquitectónico crítico de Marcos Sosa, es posible dar con soluciones prácticas que desde el arte constituyan una nueva manera de comprender el urbanismo desde una posición pública que no desdeñe la importancia de sus interacciones con lo privado. Esa es una de las mayores influencias del grafiti llevado a cabo por Chamuska 2 y Thoser en esta última estación del proyecto en el Museo de Pumapungo. Una prueba de que el arte es significativamente un espacio político porque siempre precisará de un lugar de exhibición, donde no solo se muestren espacios invisibles de nuestro tiempo inhóspito, sin caer en la repetición o la extrañeza ante lo que nos pasa, reclamando la presencia del espectador convertido en ciudadano.
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