Tal como esos dos famosos héroes de la mitología, los hermanos “Dioscuros” Cástor y Pólux hijos de Zeus, los hermanos Mauricio y Víctor Hugo Bravo despliegan una muestra conjunta pero diversa en donde cada proyecto se sostiene en el interior del colectivo; sin embargo y al mismo tiempo cada trabajo elabora dispositivos discursivos aislados cuyo nexo se sitúa en la preocupación por lo cotidiano como motor que dinamiza el engranaje para que toda la muestra funcione y se articule como un todo.
Por un lado se encuentra
el objetivo de unificar “todo” en una suerte de efecto que captura en su
envoltura a todo objeto, quitándole su personalidad su razón de ser, oculta su
identidad, cuando Víctor Hugo Bravo camufla lo hace pensando en eliminar todo
rastro de distinción que posee el objeto, su textura, su color, su materia,
incluso su olor.
La manía por camuflarlo
todo parece estar vinculada más con el acto de eliminar la huella de distinción
que particulariza a todo individuo, -que con la extravagancia del artista- en
donde el camuflaje cumple la función estética de desdibujar la personalidad de
un solo ser masificándolo todo, volviéndolo todo una masa total, una masa que
oculta el afloramiento de individualidades y en este sentido es más que nada la
referencia a la sociedad actual que camuflada en convenciones implícitas y
acuerdos sociales no deja que aflore el individuo (ser que no se puede dividir)
en donde todo acto de particularidad es “camuflado” bajo la sospecha de la
rareza, de la locura o de la separación y discriminación como consecuencia de
no seguir a la manada.
En este sentido y parafraseando a
Deleuze y Guattari diríamos que “en un
devenir animal siempre se está ante una manada, una banda, una población, un
poblamiento, en resumen, una multiplicidad. Nosotros los brujos, lo sabemos
desde siempre, no nos interesan los caracteres, sino los modos de expansión, de
propagación, de ocupación, de contagio, de poblamiento. Yo soy legión...el
afecto no es un sentimiento personal... es la efectuación de una potencia de
manada, que desencadena y hace vacilar el yo...”[1]
Porque si yo soy legión en la
manada lo soy en cuanto parto del principio de expansión de masificación que me
da el poder absoluto que impone la fuerza y la fuerza, la violencia y la manada
en definitiva se sienten en la historia del artista en los oscuros recovecos de
su memoria, una memoria impregnada de efectos y demostración de fuerza que
produce la fusión del individuo en manada en colectivo, en legión, en un Chile
de la dictadura en donde lo cotidiano eran “desfiles
militares de 6 horas, disparos en medios de la noche, advertencias de no
asomarse a la ventana en el toque de queda.”[2]
Todo ello está presente en el
imaginario particular del artista y le reproduce no en cuanto un homenaje; sino
más bien como una forma de absorber su jerarquía
(cuando algo se torna cotidiano, pierde su efecto y sobre todo su importancia) tal
como lo hacen los punker en cuya
estética particular se encuentra la manía por poner cordones rojos a sus botas
militares como un acto simbólico de desviar el significado agresivo a favor de
la ironía de lo incongruente.
De esta forma en los trabajos de
Víctor Hugo Bravo la estética del camuflaje cumple la función de evacuar el
sentido agresivo para capturar su fortaleza visual sin perder de vista jamás
las atrocidades de del abuso de la fuerza, en una suerte de -refrescar la
memoria-.
Por otro lado se encuentra las
foto-performances de Mauricio Bravo, cuya reminiscencia al famoso claro-oscuro
de los clásicos de la historia de las Bellas Artes se visibiliza irónica,
cuando los famosos e imponentes fondos de los clásicos se sustituyen por
espacios cotidianos (no lugares) o lugares de la nada y el trabajo del
claro-oscuro es sustituido por los neones y la luz de los alógenos, que en el proyecto
del artista cumplen la triple función de por un lado desvanecer el rostro para
que el retrato retorne al anonimato, por otro lado genera los contrastes
necesarios que maximizan la importancia del anónimo como único ser principal en
donde literalmente “no pasa nada” y finalmente el alógeno retoma la idea de la
luz prefabricada del espacio contemporáneo urbano, cajeros de banco, luces de
letreros máquinas, de golosinas y en general todo el paisaje envolvente de una
metrópoli nocturna.
En desarrollo de esta propuesta
también es de interés, el pedestal en donde se sitúa el personaje principal,
que le da un carácter heroico, y le posiciona como única figura principal en un
panorama de la ausencia en donde el pedestal funge de escenario para un
espectáculo sin público que se sumerge en el vacío heidiggeriano de la “nada”.
Hernán Pacurucu C.
Curador
0 comentarios :
Publicar un comentario