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En un
intento por perpetrar aproximaciones efectivas a esa mente perversa que habita
en las obras de Julio Mosquera -el mejor dibujante sin duda que ha tenido este
país-, intentaremos generar una dialéctica de sentido entre sus personajes, los
cuales habitan en un mundo muy parecido al nuestro, el cual se establece en la
concepción delirante del artista y cuyos protagonistas, a la vez que se
presentan como grandes aristócratas de un mundo decadente y al mismo tiempo y por
otro lado representan a la masa, esa masa sin nombre con la que nadie quiere
relacionarse pero que al mismo tiempo todo ciudadano (y más aún el ciudadano
político) esta pendiente de no hacer enojar.
Es por
ello que para este análisis hemos dividido su producción en varias facetas, por
un lado en su técnica, con los grandes murales, los videos, los objetos-fetos y
los dibujos; por otro lado en su rol maquiavélico dentro de la obra, en
burgués, en aristócrata y en masa, por otro esta en su apariencia; en feos,
innominables y cariñosos; y finalmente por su nivel delirante en maniáticos,
desquiciados, enfermos sexuales, perversos, asexuados perdedores y en los
peores.
La masa enferma
Esta masa
surge más efectivamente en los murales y algunos dibujos, como ese grupo de
individuos que no son nadie (los que sobran) los que nadie los desea, los que
no tienen nombre pero que al ser cantidad poseen ese maravilloso don de decidir
por el resto, la élite le llama “populacho
enardecido”, algunos filósofos para su estudio lo denominan “multitud”, yo solo diré que son la masa
enferma, masa que en ese transcurso de desaparición de la individualidad a
favor de lo colectivo ha perdido identidad, masa que ya no es un ser, sólo es
parte de un movimiento ectoplástico que lo absorbe todo a su paso, masa
decadente de perdedores, muchos de ellos ni siquiera lo saben y se piensan
intelectuales, millonarios o exitosos (sino miremos sus poses y sus actitudes),
esa masa que cada gobierno usa para fines políticos y que llama votantes, pero
al mismo tiempo y para su fin dialéctico y analizándolo desde otro lugar, en el
mural estos personajes se sitúan seductoramente como exquisitos aristócratas
embelesados en sus extravagantes orgías, dueños de su mundo conviven sin un
tiempo definido (sin el tiempo apresurado de un trabajador asalariado).
Cuando
decimos que todos los extremos se parecen tal vez lo podemos aplicar a estas
personas que por un lado son monstruos deformes de la mente de un artista y por
otro lado se vuelven tan familiares que podemos compararlos con un amigo un
familiar o uno mismo.
Visto
así, por un lado se nos viene la idea del grupo de guerreros que Zeus recluta
en la famosa guerra de los Titanes, luego de que Cronos el padre de Zeus
comiera a cada hijo suyo para que no se cumpla el designio de Urano, los
guerreros reclutados luchan a favor de Zeus para defender el monte Olimpo, ya
que Zeus los saca del Inframundo de Hades, a los guerreros se los mantenía presos
como despreciables, un grupo (masa) de hecatónquiros,
los cienbrazos y los cíclopes, quienes finalmente definen la guerra y cuyo
botín se reparten entre lo hermanos rescatados del vientre de Cronos y es así que
el dominio del cielo es para Zeus, el dominio del mar es para Poseidón y el del
inframundo para Hades.
Y por otro lado y aunque también salidos del inframundo esta
multitud de seres tales como obreros, como los desempleados de la plaza San
Francisco, proletarios que abundan en los hospitales públicos o simplemente
masa de gente (carne de cañón) de una marcha anti o pro gobierno.
Los que sobran
Este proceso abarca a los objetos-fetos y dilucida lo despreciado y por tanto despreciable de la cultura, en una
lectura poética sobre lo abyecto, el artista consolida sobre la base de una
especulación semiótica lo tormentoso y transgresor. Al igual que en la historia
del Minotauro, ese monstro producto de lo indeseable, del bestialismo entre la
esposa del Rey Midas y su mejor toro, razón por la que fue conminado a un
laberinto, ellos representan lo más bajo de la antigua Grecia, la creta
antropofágica y salvaje que acusaba el prejuicio y temor en el ciudadano
ateniense y a la que Teseo (apoyado por la razón) tendrá que sacrificar
empezando de esa manera el poderío de Atenas.
Así mismo estos tempestuosos personajes apuntalan todo lo
que la cultura de una “razón razonable”
de occidente nos ha enseñado a odiar y que a pesar de estar en el interior nuestro
(y por tanto pertenecernos) lo tratamos de alejar y separar para volverlos “el
otro”, invisibilizando lo no aceptado culturalmente.
Por otro lado, la conducta atestada de libertinajes, obscenidades
y perversiones, (presente en los dibujos como en los videos) que a su vez nos
vuelve embaucadores, pederastas, mentirosos, desviados, transgresores, violadores,
pedófilos, zoofílicos y seductores, devienen en la cosecha de una colectividad
sin gnosis, que a la falta de conciencia de su propia muerte, -tal como los
dioses de la mitología- se despliega hacia conductas caóticas del desorden y la
locura.
Los peores
Los
peores en la obra de Mosquera son los mismos que Nietzsche llamaría en su trabajo “superhombre”,
ese ejemplar humano que debe ser profundamente culto, bello y fuerte,
independiente, poderoso, libre y tolerante, muy parecido a un dios pero que en
la mente de Mosquera ejercen el poder cuando se visibilizan como exitosos, ya
que se vuelven seductores y atrapan al espectador o la espectadora chupándoles
la sangre, absorbiendo todas su energía para ofrendarla tal cual Márquez de
Sade a lo mundano.
Entonces en esa huida de Apolo (el dios de
lo puro) se entregan a Dioniso, el sátiro de la pasión y la orgía, en un juego
dialectico de corrientes contrarias que comienzan a luchar en el interior de su
espíritu.
Se nutren
de frases como ésta: “no soy bella soy
peor”, esta cita de Marie Dorval (actriz
francesa del siglo XIX) tal como nos comenta el deslumbrante Baudrillard en su
libro “Las Estrategias Fatales”, se
alimenta del poder vertiginoso que produce la seducción reiterada sobre la
fatalidad de su esencia, cuando entendemos que el mundo ha perdido su
dialéctica de sentido que lo gobernaba, el mismo instante en que lo bello
habría absorbido toda la energía de lo feo. De esta misma manera, tratamos de
descifrar el despiadado tonelaje crítico que se contiene en esta frase, cuando
superponemos a su fastuosa apariencia todo un mundo de significación que
quebranta los preceptos de lo estatuido.
Esta frase reencarna el
fin del juicio estético, ya nada puede ser medido por feo o bello, condenando
la estética a la imposibilidad de juzgamiento sentenciándolo a la indiferencia
absoluta. Categorías como el kitsch emergen después de todo a manera de placebo
instantáneo prefabricado que pretende generar una ilusión de evaluación en una suerte de lo que Baudrillard llama “el campo transestético de la simulación”[1]; sin
embargo, la ausencia del juicio de valor como realidad del mundo actual se
convierte en estética contemporánea de un agnosticismo radical.
Fascinación perversa que
se produce gracias a esta metafísica inmoral de no poder definir entre el bien
y el mal: “todo lo que expurga su parte
maldita firma su propia muerte. Así reza el teorema de la parte maldita”2
lo cual posee un efecto verídico en la manera banal en como apreciamos -y en su
defecto entendemos- el mundo no sólo en su devenir estético sino más aun en su
transcurrir absoluto, como una serie de secuencias frívolas de las cuales no
interesa opinar porque igualmente su juicio de valor nos está vetado… ¡Estética
de la liviandad¡
Hernán Pacurucu C.
Crítico y curador de arte contemporáneo
[1] Jean Baudrillard. La
transparencia del mal.
Ensayo sobre los fenómenos extremos. Traducción de Joaquín Jordá. EDITORIAL
ANAGRAMA. 2010.
[2] Ibid